Manuscrito de ayuda (1ª entrega)

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Mesaria
Seekadett
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Manuscrito de ayuda (1ª entrega)

Hola de nuevo: Después de varios días de trabajo, de ir preparando los informes tácticos, de la propia tripulación y todo lo que acarrea un buque de guerra como un submarino, me he centrado en ir traduciendo el manuscrito que encontré cerca de Saipán. Está escrito en a máquina, excepto las 3 últimas hojas, ya que según afirma su autor, durante su regreso a la base de Pearl Harbor el submarino se encontró con una tormenta muy fuerte y debido al bamboleo del buque se quedó inútil. Como no podía ser de otra forma, está escrito en inglés, un lenguaje muy coloquial y es más denso de lo que parece. En efecto, en el mismo trata de ofrecer su ayuda a partir de sus experiencias en la guerra contra los japoneses. Aunque algunas partes de los folios se encuentran húmedas por el agua del mar, he podido traducirlas. Dado el volumen del mismo, he creído oportuno irlo entregando en varias partes. Aunque está escrito con cierto desorden, voy a ir pasándolo aquí tal cual está, respetando el original. La primera parte es una de las más largas y la dedica a los aviones japoneses. A disfrutarla:


LA AVIACIÓN JAPONESA

"Después de salir de tu base y según te vayas aproximando a la zona de guerra, será uno de los principales problemas a los que tengas que enfrentarte. El número y frecuencia de aviones depende de varios factores como la cercanía a Honshu, una ciudad importante o una base aérea, aunque pueden proceder de un portaaviones integrante de alguna Fuerza Operativa situada en mar profundo. Aunque tengas tantas ganas como tu tripulación de abatir a su aviación, calibra bien lo que haces porque no olvides que la munición es limitada, se irá gastando inevitablemente y que es conveniente volver a casa de una pieza. Hasta que la Guerra no haya llegado casi al ecuador, no dispondrás fácilmente de lugares donde nuestro ejército no haya podido dejar permanentemente una base de reacondicionamiento, así que no la malgastes. Por cualquier circunstancia, como por ejemplo que ataques a un buque enemigo cerca de la costa o una misión de reconocimiento fotográfico de algún puerto, podrías encontrarte en una zona de poca profundidad y ser un riesgo sumergirte, ya que estos lugares estarás en el límite de operabilidad del submarino y podrías dar con la quilla de tu buque en el fondo. Si a eso le sumas que sea de día, que te quede poca reserva de oxígeno y ante la presencia de cazas, no tendrás más remedio que responder al fuego.
En mi caso, la base fue Pearl Harbor, por lo que tuve que administrar muy bien cuándo abatir aviones y cuántos torpedos gastar en combate. Al principio de la guerra no tenía más opciones de reacondicionar que Midway, Pearl Harbor y Dutch Harbor y no hubiera sido muy inteligente por mi parte volver sin munición, sin nada con que dar de comer a los antiaéreos. Te contaré algo. En mi tripulación sirvió un sargento destinado en la sección de torpedos de proa que me dio una idea que puse en práctica hasta el final de la contienda de forma excelente. Este hombre, que se ganó dos ascensos no sólo por ella, sino por su impagable labor en todo ese tiempo, se prestó voluntario para ocupar el antiaéreo (por entonces yo comandaba el USS Pompano, de clase Porpoise), no en vano tenía una efectividad de 80/100, es decir, que era un tirador excelente. Durante unos meses le estuve haciendo una especie de seguimiento, y no es que desconfiase de él, sino que me sorprendió que un experto en torpedos optase por esa decisión, además que su experiencia en artillería era sobresaliente. Su puesto fue cubierto sin problemas y hasta él me dio su valoración sobre quién era el más apropiado. Había suboficiales con menos experiencia en combate pero con excelentes conocimientos del puesto, y no podía pasar por alto la promoción interna. La efectividad de este hombre, este soldado, era increíble, pero por la tarde, con el sol ya ocultándose, necesitaba menos disparos para hacer blanco. Además, por la noche la aviación japonesa es prácticamente nula, por lo que sin buscarla ya había encontrado las respuestas a cómo afrontar la amenaza aérea con el mínimo riesgo.
La pregunta obligada referente a la profundidad a la que debes sumergirte ante la presencia de aviones enemigos varía según los capitanes. En mi caso, por defecto siempre lo hice a 30 metros por varias razones que incluyen la demora del enemigo, el tipo de avión y las condiciones ambientales. Aunque la última decisión es tuya, creo oportuno mencionarte puntos a tener en cuenta. Por una parte, desde el aire y con un día soleado, un submarino sumergido a 15-18 metros es perfectamente visible para las gaviotas y, como no, para un caza que pase por tu vertical. Con mal tiempo ocurre igual: a determinada distancia puedes sumergirte a profundidad de periscopio y si el caza pasa por tu vertical, serás menos visible excepto para pilotos bien entrenados. En cambio, si el avión pasa a unos 1.000 metros de tu posición, sea cual sea el tiempo existente, no deberías tener problemas. Por ello, el mencionarte la importancia de su demora no sea una afirmación gratuita. Podrías encontrarte con que la señal de radar pertenece a un avión torpedero, lo cual es una razón más para sumergirte al menos hasta esos 30 metros, donde ese arma es inoperativa. Por tanto, mi consejo es que no corras riesgos innecesarios y que la profundidad sea por encima de los 25 metros. No te olvides de revisar la posición del periscopio, porque a determinada velocidad que impulse a tu submarino, dejará una estela que sí será visible a varios kilómetros, y no sólo para los pilotos japoneses sino para los vigías de buques de guerra. Si te sumerges para evitar a los primeros, con 10-12 minutos será suficiente para volver a la superficie, pero recuerda que, dependiendo de si han partido de una base aérea o un portaaviones, pueden volver por el mismo lugar.
Administrando correctamente la munición del antiaéreo y sin desdeñar atacar de vez en cuando algún caza solitario durante el día, las mejores horas son al atardecer, con el sol bajo. Ten en cuenta que sea uno solo o una pareja, si no logras abatir rápidamente a ambos, comunicarán tu posición y demora y a los pocos minutos te encontrarás de nuevo en la misma situación, pero con la posible diferencia de que te enviarán a algún bombardero o torpedero, cuando no acudirá a saludarte algún destructor que pueda estar cerca y eso ya es harina de otro costal. Por ello, fíjate a qué hora anochece, ya que según tu posición, la latitud y longitud será distinta. Por ejemplo, cuanto más al Norte o al Sur del Ecuador, antes amanecerá y anochecerá sin olvidarnos de la diferencia horaria con Estados Unidos. Si no logras abatir al caza o aún así logra comunicar a tiempo tu posición, reducirás los riesgos de visitas aéreas posteriores. Y si algún destructor cercano se acerca a inspeccionar, al menos no tendrás dos enemigos a los que enfrentarte, sino uno.
Al principio de tu primera misión es importantísimo que sitúes correctamente a tus hombres en sus respectivos departamentos. Inicialmente estarán más o menos en su lugar, no verás ningún disparate, pero dedica un tiempo a ver su especialidad y dónde pueden ayudar mejor porque redundará en un mejor funcionamiento de tu buque. Para un antiaéreo es preferible que su media de efectividad esté por encima de 60/100, es decir, un gran tirador; pero si encuentras alguno por encima de 80/100 o los propios 100/100 ya será alguien formidable. No fue casualidad que mi hombre fuera de la sección de torpedos, no en vano la artillería es su especialidad, pero dedica un tiempo a revisar en todos los departamentos. Mi consejo es que cuando le encargues el antiaéreo, sustituyas su puesto por otro oficial con experiencia por que de lo contrario la efectividad a la hora de que torpedees cualquier buque bajará escandalosamente.
No te confíes en que no encontrarás aviación enemiga en las bases de reacondicionamiento. A la vuelta de una misión en agosto del 42 y aprovechando para reacondicionar, con las costas de Midway a la vista, mi submarino fue atacado por un Betty japonés. El radar lo detectó perfectamente pero todos nos esperábamos que fuese un avión de reconocimiento de la base. Tuve que dar zafarrancho de combate cuando un vigía de la torreta vio con los prismáticos un círculo rojo en las alas, gritando “¡Es japonéeeeeees!, ¡Maldita sea, es japonéeeeeees!”. En la primera pasada logramos dejarle tocado con el ala derecha en llamas y se perdió cruzando la vertical de la base. Imaginé que debió pillarles despistados porque volvió por donde vino y a la segunda pasada ya no pudo contarlo. Cuando repostábamos combustible en el puerto, donde di unas horas libres a mis hombres con turnos rotativos, mantuve una conversación con un viejo compañero de la base y me confirmó la presencia del caza, pero que volaba demasiado alto y los antiaéreos no pudieron derribarlo. Dio media vuelta aún con el ala derecha en llamas y se fue por donde volvió, es decir, nosotros, donde encontró la muerte. Sería un kamikaze, un loco solitario enfrentándose a toda una flota, da igual... El caso es que lo hizo.
También recuerdo, no sin evitar un respingo, que con nuestra base en Freemantle (Australia) y al mando del buque que hoy regresa a casa una vez acabada la Guerra, el USS Balao, regresaba de una misión en el estrecho de Luzón (allí fuimos testigos de algo inexplicable que ya te contaré más adelante) y hacia las 17,00 horas en pleno reacondicionamiento en Mios Woendi (cerca del mar Celebes), nada más terminar de llevar a bordo provisiones de comida y bebida, el operador de radar informó de un contacto. Y nada más llevar a la cocina varias cajas de pescado crudo y kilos de hielo, otro contacto. Al poco, de otro. Y otro. Y otro más. Al principio supuse que el Evarts, uno de los buques que escoltan a los proveedores de submarinos en este lugar era un cisterna T-3 y un nodriza) estaría navegando detrás de alguna de las islas cercanas, fuera del rango del radar, y que al aparecer hacía saltar el sensor, pero la frecuencia de los contactos era extraña. Cuando iba a dirigirme a la sección del radarista para interesarme por si había algún fallo en el dispositivo, la respuesta llegó cuando gritó a pleno pulmón que los contactos eran aviones. ¿Aviones aquí? Pero, ¿cuántos? No pudo precisar el número porque cada vez eran más, pero podrían rondar entre 20 y 30 aparatos y venían en perfecta formación para pasar directamente por nuestra vertical. Bastó un fulgurante vistazo a las comunicaciones para deducir que no había presencia aliada en la zona, ni siquiera una Fuerza Operativa para darnos cuenta de lo que se nos venía encima. Faltó tiempo para avisar por radio al Evarts, al cisterna, a gritos al nodriza y mandar a todos a sus puestos de combate. Afortunadamente, ya habíamos transportado todos los torpedos y munición para el cañón y los antiaéreos, pero no dio para más...
Nunca me había enfrentado abiertamente ante semejante cantidad de aviones excepto cuando los marines tomaron Saipán y donde mi tripulación y yo tuvimos el honor de darles apoyo. El bagaje fueron dos destructores y varios mercantes hundidos, amén de combatir cazas de combate y torpederos con el sumo cuidado de no dar a los nuestros porque en efecto, hubo batalla en el aire pero nada semejante a lo que se aproximaba. Aún sin palabras sé lo que todos pensamos: era nuestro final. Podríamos abatir algunos, pero no a todos. En el T-3 y nuestro buque nodriza no había militares expertos, los únicos éramos el Evarts y el Balao y en nuestro submarino dependíamos de la precisión no ya de uno, sino dos excepcionales tiradores (estábamos armados con dos antiaéreos). Pensándolo bien, tampoco estábamos solos, no íbamos a ir de listos porque en los otros buques no eran mancos, pero el Evarts, el más curtido en combate, estaba demasiado lejos. Los cazas se nos echaron encima en un santiamén y al poco tiempo lamenté no haber situado el Balao entre los dos buques, porque habríamos formado una especie de línea defensiva. Y lo lamenté porque el primer saludo de los japoneses fue una terrible explosión que casi reventó al cisterna, que se quedó en llamas y que aún así, valientemente, siguió disparando. Nuestro buque nodriza no se quedó atrás, nunca había presenciado su potencia de disparo ni aún en los simulacros de cuando estaba en la Academia, fue algo que me sorprendió muchísimo durante la batalla: era descomunal. Nuestros artilleros hicieron un trabajo magnífico. En realidad lo hicimos todos porque la vida nos iba en ello y se nos entrenó para estas ocasiones. El ser humano, en momentos de este calibre, mezclando el deber, la rabia, la supervivencia y el miedo (según los psicólogos, es un mecanismo de defensa) es capaz de todo. Fueron minutos interminables, angustiosos, del ensordecedor ruido de nuestras dobles ametralladoras, los cañonazos del buque nodriza (a escasos metros de nosotros), los otros más lejanos del cisterna, proyectiles rebotando por el casco y algunos impactando en el mar.
Finalmente, los japoneses se retiraron, siguieron la demora inicial, que era hacia el Sur y recuperando el resuello, entre olor a sudor y pólvora, nos dio tiempo a valorar inicialmente el resultado del combate. Suspiré. Milagrosamente, habíamos salido vivos, nadie de la tripulación había resultado herido, aparentemente tampoco en nuestro buque nodriza a pesar de haber sufrido un fuerte impacto en la cubierta de popa. El Evarts tampoco había tenido bajas ni heridos: vía radio con su capitán, me dijo que lo habían ignorado, que no lo habían atacado directamente pero que, al menos, había destruido entre 3 y 4 aviones: no lo tenía claro porque le había pillado demasiado lejos y los cazas se centraron en nosotros. No eran tontos, es justo reconocerlo, sabían muy bien a quién atacar. El problema era el T-3, que se encontraba en llamas. Mientras el Evarts se quedaba junto a nuestro buque nodriza, nosotros lo hicimos con el cisterna pero aproximándonos con sumo cuidado. Unos 11.000 kilos de buque ardiendo y con fuel en sus depósitos son para tomárselo muy en serio. Afortunadamente pude contactar vía radio con su capitán. Tenía heridas y cortes en los brazos pero nada grave, y el médico atendía a varios heridos, todavía estaba valorando si habían sufrido bajas. El buque había soportado dos fuertes impactos pero no habían afectado a departamentos importantes ni los depósitos de fuel corrían peligro por ahora, aunque se había escorado ligeramente a estribor. Le dije que se centrase en sofocar las llamas y atender a los heridos, sólo que estuviera atento a nuestra radio, porque a menos que los cazas se dirigiesen hacia algún portaaviones (no teníamos constancia de más bases aéreas cercanas que la de Surabaya) probablemente volvieran para acabar de rematar lo que pudiesen. El T-3 no estaba en condiciones de repeler otro ataque y para eso ya estábamos nosotros allí. Sólo esperaba que no fuese alcanzado de nuevo porque el buque no quizá no podría soportarlo y hubiera reventado con nosotros al lado. No me equivoqué en mis cálculos porque a los 10 minutos el radarista volvió a detectarlos: de Sur a Norte. Entonces reparé en que no hicimos un recuento aproximado de las bajas japonesas. ¡Sólo se dirigían hacia nosotros 6 cazas! Pero, ¿y el resto? ¿pasarían en dos oleadas? Pues no. No hubo más. Entre los cuatro buques americanos que nos encontrábamos, les habíamos causado tales bajas que no quisieron aventurarse otra vez. Pasaron por nuestra vertical y a una altura tal que ni ellos podrían tener garantías de acertar ningún disparo ni nosotros de acertar. Sencillamente, pasaron de largo aunque el que encabezaba la formación movió las alas de un lado a otro en un claro e irónico saludo. Las respuestas las imaginarás, ¿verdad? En mis hombres las hubo para todos los gustos.
Disculpa si me extiendo más de la cuenta, pero son momentos que guardo muy vivos. Recuerdo que el día que nos comunicaron por radio la situación del lugar, cuando lo marcamos en el mapa, mi segundo al mando me dijo murmurando: “Mal sitio, demasiado expuesto, por aquí navega de todo”. La verdad es que pensándolo bien y aún teniendo en cuenta que las islas que rodean el lugar pueden camuflar temporalmente la señal de los radares enemigos, era tan expuesto como estratégico. Dos buques inmóviles y otro de guerra patrullando alrededor, cualquier capitán que los detectase podía aventurarse a hundirlos. Ahora bien, muchas comunicaciones de nuestra base sobre el paso de convoys y Fuerzas Operativas por la zona venían del Evarts, y para reacondicionar cualquier submarino de nuestra flota después de alguna misión cercana a Honshu, indudablemente se encontraba en un inmejorable lugar. Todavía recordaba el tiempo que tardaba en llegar a Midway, la única base al comienzo de la maldita guerra, para reacondicionar. Por tanto, actué con prudencia y siempre que pude reposté combustible, munición, torpedos, alimentos, etc, por la noche. Por otra parte, cuando nuestras fuerzas pudieron ir situando de forma permanente más ubicaciones, tampoco era conveniente repetir mucho en el mismo lugar, sobre todo por el día, ya que también había un punto que podría pasar desapercibido y ser peligroso a la vez: la presencia de barcos de pesca, juncos o sampanes por las cercanías, pero eso quizá te lo explique más adelante.
Con el tiempo te encontrarás por zonas donde el tránsito aéreo es muy denso, tanto que se parecerá a nuestra Ruta 66, y esta comparación es obligada porque contienen similitudes. Al igual que las rutas marítimas, que tienen su letra y número claves, también las hay para los buques de pasajeros y cazas enemigos entre ciudades de cierta importancia. Puede ser cosa de un día pero si en otra ocasión vuelves a patrullar por el lugar y te encuentras en la misma situación, probablemente estarás metido en un avispero y deberás armarte de paciencia porque eso de sumergirte y emerger continuamente resultará agobiante para ti y tus hombres (y eso sin contar con vuestros oídos por la señal sonora), es conveniente que memorices la dirección de esa ruta y que la marques con la regla en una línea recta para sucesivas consultas, porque te vendrá bien para una hipotética posterior patrulla que te ordenen por el lugar, alguna misión de espionaje o quién sabe qué. Te digo que lo describas en una hoja aparte porque cuando inicies una nueva misión tus mandos se quedarán con el anterior mapa con tus anotaciones (tu información es clave para Inteligencia) y te proporcionarán uno nuevo actualizado. Y si pasas cerca de la costa, si tus hombres detectan algún búnker costero, procede de igual forma con un marcador por si vuelves por el lugar, no vaya a ser que te encuentres con una desagradable sorpresa.
Si te agobia la cercanía y número de los cazas, no pierdas de vista la reserva de oxígeno y pon en práctica una táctica que puse en funcionamiento durante las misiones de espionaje: si dispones de tiempo, aunque sea un minuto, sumérgete sólo a 10 metros. Tus hombres y tú os llevaréis un formidable chapuzón, os bañaréis y oleréis a pescado durante días, pero es profundidad suficiente para renovar el aire del buque, tan especial en circunstancias tan adversas. Cinco minutos es tiempo suficiente para que tengáis aire durante otros 15-20 minutos, así que apúralos y adminístralos todo lo que puedas. Si lo haces bien, tú y tus hombres conseguiréis salir airosos de esa situación.
Así pues, teniendo en cuenta que los cazas son más activos por el día, si necesitas pasar por esa zona para dirigirte a algún lugar en especial y quieres evitarlos en lo posible, intenta hacerlo en las últimas horas de sol y aprovechando la noche, calculando el tiempo que tardaréis según la velocidad que ordenes. Detalles importantes y sencillos aunque no infalibles: cuanto más cerca estés de las costas de Honshu, más probabilidades de encontrarte cazas y bombarderos. La presión aérea se reducirá ostensiblemente cuanto más al Norte y será de carácter medio a poco al Sur. En determinadas circunstancias, tácticamente puedes salir beneficiado. Los puertos situados en Hokkaido no suelen estar muy protegidos al no ser muy importantes para los japoneses, la aviación nipona es prácticamente inexistente, y la presencia de Dutch Harbur al Este del mar de Okkhotsk y de las islas Aleutianas te dará un abanico de posibilidades estratégicas que puedes aprovechar e incluso ayudarte en circunstancias adversas. No, no me olvido que los japoneses desembarcaron en las Aleutianas, pero su presencia fue testimonial. Yo, al menos, no he visto su presencia ni cerca ni lejos de sus costas. Si tienes torpedos suficientes, puedes aventurarte a atacar los puertos y después repostar y rearmarte en Dutch Harbur. O si tu buque, por ejemplo, se ha quedado sin munición antiaérea, navegaréis más cómodos. Si estás con poco combustible, podrás dar la orden de poner rumbo a Dutch Harbur a la velocidad apropiada para ahorrarlo en lo posible. Tardaréis algo más, es cierto, pero el consumo será menor y mejor eso que quedaros en mitad del mar a merced de los japoneses.
Durante una de mis semanas libres en Pearl Harbur, cerca de las Navidades de 1943, asistí a la boda de uno de mis oficiales, el Teniente de Navío Stan Whitaker, con una hermosa enfermera llamada Maggie, pero también coincidí con otros capitanes en sus días libres e inevitablemente con otros miembros de mi tripulación. Una de las tardes en que me encontraba en el Stanley´s, un pub musical muy frecuentado por marines, coincidí con el Cabo Simmons, que se incorporó como recluta el primer día y estaba destinado en labores de mantenimiento de nuestro buque. Charlamos de nuestra vida privada, de lo duro que era estar tanto tiempo en el mar y alejados de nuestras mujeres, novias, familia... e inevitablemente otro tema de conversación fueron nuestros enfrentamientos con los japoneses, los rumores acerca de la evolución de su tecnología de detección, etc, y a título personal, si alguna vez me había planteado rastrear la presencia de algún portaaviones guiándome en base a las rutas de los cazas. La respuesta corta fue que sí, que había pasado por mi mente localizar ese botín, sólo que había tres problemas de difícil solución y debido a eso lo había descartado: la posible situación del mismo, nuestro inmenso gasto de combustible y que su demora podría cambiar en cualquier momento, haciendo inútil nuestra aproximación. Evidentemente, para patrullar a determinadas distancias o atacar nuestros objetivos siempre y cuando se encontrasen en mar profundo y a muchísimos kilómetros de cualquier base terrestre, los cazas necesitaban de la presencia de un portaaviones. Por tanto, la lógica dicta que siguiendo su ruta de regreso apareceríamos ante una Fuerza Operativa, pero completar el puzzle era muy complicado por no saber a cuántos kilómetros nos encontraríamos de ella, a dónde se dirigía, en qué momento podían modificar su demora... Eran demasiadas variables a tener en cuenta, sólo podríamos llegar hasta ella fruto de la casualidad. Lo mejor era guiarnos de las comunicaciones de la base sobre la situación de los convoys mercantes y militares, además de nuestro radar. Por tanto, técnicamente es posible, pero sobre el papel y en el mar ya es otra cosa".

Continuará...
silverman
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Re: Manuscrito de ayuda (1ª entrega)

Camarada Mesaria:

He leido con gran interés tu manuscrito de ayuda, gracias por compartirlo. Es palpable que detrás de las palabras hay muchas horas de nevegación y paciencia con el Silent Hunter IV.

Saludos y buena proa Kaleun ! ::kaleun:
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