Horas después del fin del mundo anunciado por los Mayas para diciembre del año 2012 un viejo ingeniero meditaba sobre el mundo que le rodeaba, en medio de la más terrible crisis económica que viviera el mundo occidental desde la Gran Depresión de la década de los 30 del siglo XX.
“No, no es el fin del mundo tal y como nos quieren hacer creer desde la visión catastrofista de Hollywood. Es algo más terrible que ese escenario de volcanes, olas gigantes e inviernos sin fin.
A lo que estamos asistiendo no es el apocalipsis, sino una estrategia de destrucción bien calculada para regresar de nuevo a un orden feudal donde los señores feudales serán multinacionales.
Se está destruyendo el dinero de manera deliberada; se está provocando una deflación de facto para aumentar el valor de nuestra deuda.
Creo que vienen épocas en las que tendremos que aprender a vivir como nuestros bisabuelos y abuelos, y que no estamos bien preparados para la sociedad que tenemos por delante.
Creo que comer tres veces al día (no digamos ya cinco) se convertirá, si no es que ya se está convirtiendo, en algo exótico.
Creo que lo que llamábamos clase media ha sido un espejismo que convino crear para engañar a nuestros padres y que ellos nos engañasen a nosotros.
Creo que nuestra naturaleza es la naturaleza esclava, que hemos nacido para pagar impuestos y reproducirnos; hemos nacido para pagar intereses y para sucumbir ante los deseos artificiales instalados por la máquina de la Propaganda del Mercado.
Creo que el Mercado ha convertido a la propia moneda en una mercancía más, sin valor alguno.
Creo que ese futuro que nos vendieron no es que no exista, sino que jamás ha existido.
Creo que todo es una gran mentira, empezando por el colegio, por la escuela, por el trabajo, por la profesión,....
Creo que vivimos en una época en la que el miedo campa a sus anchas, pero sobre todo porque casi nadie veía venir esto y más que miedo hay estupor por la sorpresa ante la gran mentira en la que nos hicieron vivir.
Creo que lo que realmente merece la pena no puede colocarse en el Mercado, aunque muchos crean que sí. Creo que no puede comprarse ni venderse ni contratarse. Creo que la sociedad en la que vivimos prima la supervivencia por encima de la labor que considero más importante para el ser humano.
Creo que mi visión lunática del mundo está a años luz de lo que el mundo real es hoy día.
Creo que podría adaptarme y ser un camaleón más, pero creo que si lo hiciese me traicionaría a mí mismo.
Creo que las cosas tienen poco arreglo, porque no hay nada más difícil para un ser humano que cambiar la forma de pensar, y es precisamente este cambio a nivel global lo que estamos necesitando urgentemente para parar el abuso al que se nos está sometiendo. Por ello considero que lo que está sucediendo no tiene vuelta atrás, y somos nosotros los principales responsables de nuestra propia miseria futura.
Vivimos en una época crucial de la Historia, y por nuestros hijos, por nuestros descendientes, tenemos la responsabilidad de parar esto; de mostrar a las personas los engaños, actuando nuestras mentes como un virus destruye desde dentro un organismo macabro que desea devorarnos; el organismo es la Máquina que nos ha instalado esas "verdades" aprendidas a través de nuestros engañados padres en la mayoría de los casos.
Esas "verdades" no son sino mentiras y cebos que nos van llevando de una jaula a otra, de un anzuelo a otro, como las estancias de un matadero, en el que primero nos limpian y preparan (educación), luego nos cortan la lana (años de trabajo) mientras nos permiten balar creyéndonos que por ello somos libres, y finalmente cuando tenemos experiencia nos sacrifican y despedazan y venden cuando ya no pueden sacarnos más.
Considero que nuestros descendientes nos reprocharán no haber actuado a tiempo, y nos acusarán con razón de haberles robado su futuro presente. Hemos de hacer algo con urgencia, y ese algo es crecer espiritualmente como personas alejados de los dogmas más o menos ortodoxos.
No es una cuestión de tener más visión, ni siquiera de ser más inteligente, sino de escuchar los sentimientos. Algo desde dentro me lleva diciendo desde hace lustros que esta vida que nos han impuesto es un gran error, que cada vez nos va robando poco a poco un pedacito de felicidad, que todo lo que nos venden es más falso que un Judas de plástico chino; que todo lo que se supone que debemos anhelar no son más que zanahorias de plástico.
Cuanto más nos acercamos al ideal exigido para nosotros, más infelices nos volvemos, menos libres, más engañados, más explotados, más atrapados y con menos tiempo para compartir y amar a los demás.
¿Para qué todo esto?¿Para perdernos lo más importante?¿Para cambiar nuestro tiempo a cambio de un poco de moneda-basura?
El día de nuestra muerte, si es que existe un Dios y nos pregunta qué hemos hecho en nuestra vida, le importarán un pimiento los logros económicos, sociales, materiales. Lo que mi instinto me lleva diciendo toda la vida es que lo único que importará será la respuesta a la siguiente pregunta: "¿De verdad aprendiste a amar a los demás sin importarte las consecuencias y sin esperar nada a cambio?". No es fácil la tarea, porque el instinto se interpone en medio y puede dar lugar a confusión.
Considero que todas las personas tenemos muchos potenciales y que dedicarnos a una única profesión nos hace pequeños. Necesito aprender más; necesito crecer y tener más comprensión de la naturaleza humana. La única energía que siempre me ha movido ha sido la curiosidad por saber más y desentrañar los misterios de las cosas. Veo que el horizonte que se abre a partir de ahora en este sector es muy pequeño. No me interesa. Necesito algo mayor, más amplio de miras, para no asfixiarme.
A lo mejor archivo esta profesión entre el resto de conocimientos para convertirme de nuevo en aprendiz de algo que aún ni me imagino. Necesito ser aprendiz de nuevo o me marchitaré. Quiero aprovechar esta depresión económica para crecer. Quiero alcanzar algo, aún no se bien qué, antes de que la guerra nos lleve por delante. Si de esta caigo al menos me iré feliz, y si me equivoco habré crecido como persona lejos del hormigón, el metal y el betún. Quiero cambiar mi forma de pensar para obtener un punto más elevado de visión de la realidad.
Siempre he sido muy ambicioso y soñador, porque lo que pido no se puede ni comprar ni vender. Ni siquiera puede tocarme en un sorteo”.
Los gritos de euforia interrumpieron sus pensamientos:
“¡Ochenta y cinco mil cuarenta y cinco!, ¡Doscientos mil euros!, ¡Ochenta y cinco mil cuarenta y cinco!, ¡Doscientos mil euros!, ¡Ochenta y cinco mil cuarenta y ciiiiiiincoooooooo!, ¡Doscientos miiiiiiiiiiiil euuuuuuuuros!”
El bar se llenó de gritos de alegría. A muchos les había tocado el Cuarto Premio. El Apocalipsis podía esperar.
Os deseo el mejor de los años, ¡y que al fin nos toque el premio gordo!
